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Breve historia del ayuno de los Apóstoles y su significado




Breve historia del ayuno de los Apóstoles


La Tradición Apostólica de San Hipólito de Roma (siglo III) menciona por primera vez este ayuno. En aquella época, este ayuno no tenía ninguna relación con los Apóstoles, se había establecido para quienes no podían ayunar durante la Gran Cuaresma anterior a la Pascua: "que ayunen al final de los días festivos" (desde la Semana de Todos los Santos hasta la Dormición de la Theotokos). Posteriormente, este ayuno bastante largo se dividió en dos. La primera parte comenzó a terminar en la fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo y se la llamó Cuaresma de Pedro, o Cuaresma Apostólica. La segunda parte pasó a ser el ayuno de la Dormición.



Las llamadas Regulaciones Apostólicas -un conjunto de normas que se recopilaron en los primeros tiempos del cristianismo- ya hablan del Ayuno de Pedro: "Después de Pentecostés, celebrad una semana, y luego ayunad; lo justo exige regocijarse después de recibir los dones de parte de Dios, y ayunar después del alivio de la carne".



Desde el siglo IV, muchos Santos Padres han hablado de este ayuno: Atanasio el Grande, Ambrosio de Milán, León el Grande y Teodoreto de Ciro.



[…]



Es ejemplar en aquellas diócesis y parroquias en las que no se limitan sólo en el ayuno durante la Cuaresma de los Apóstoles, sino que además preparan y ponen en práctica un plan de actividades misioneras y catequéticas para el período de Cuaresma y después de ella.



Este ayuno tiene varios nombres: ayuno de Pentecostés (porque está inseparablemente unido a esta fiesta), ayuno de Pedro (porque termina el día de Pedro y Pablo), ayuno apostólico (porque fue establecido por los Apóstoles). No sólo está relacionado con Pentecostés por el cómputo de los días (porque la duración del ayuno depende de la fecha en que se celebra Pentecostés, N. del T.). La conexión es mucho más profunda. No se ayuna en las Fiestas, porque la Fiesta es un tiempo de regocijo, mientras que el ayuno es un tiempo de trabajo sobre uno mismo.



El significado del ayuno



"Después de la larga fiesta de Pentecostés, el ayuno es especialmente necesario para que, por los esfuerzos ascéticos, purifiquemos nuestros pensamientos y nos hagamos dignos de los dones del Espíritu Santo, - escribe San León Magno. A esta fiesta, que el Espíritu Santo santificó con Su descenso, suele seguir un ayuno de todas las naciones... Pues no nos cabe duda de que, después de que los Apóstoles hayan sido colmados del poder prometido desde lo alto y el Espíritu de la Verdad haya habitado en sus corazones, entre otros misterios de la doctrina celestial, por inspiración del Espíritu Consolador se les enseñó también la doctrina de la abstinencia espiritual, para que los corazones, purificados por el ayuno, se hicieran más capaces de recibir los dones de la Gracia..... Es imposible luchar contra los esfuerzos de los perseguidores y las feroces amenazas de los malvados en un cuerpo consentido y una carne hinchada, ya que lo que agrada a nuestro hombre exterior destruye al interior, y por el contrario, el alma racional se purifica cuanto más se mortifica la carne".



San León de Roma escribe: "De las reglas apostólicas, que Dios mismo inspiró, los principales de la Iglesia, por inspiración del Espíritu Santo, pusieron en primer lugar que toda hazaña de virtud comenzara por el ayuno".



Resulta entonces, que el ayuno es necesario no sólo para cambiar a mejor, sino también para conservar aquel regocijo, los dones que recibimos durante Fiestas tan grandes como Pentecostés y Trinidad y, por supuesto, la Pascua.



"Lo primero que tenemos que hacer es pisotear la lujuria de la gula y refinar nuestras mentes no sólo con el ayuno, sino también con vigilias, lecturas y una incesante contrición del corazón", escribió San Juan Casiano el Romano.




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