El Lunes, Martes y Miércoles Santos, oficio de Cristo el Novio de la Iglesia
El Lunes, Martes y Miércoles Santos, la Iglesia pone en el centro del templo el ícono de “Jesús el Novio de la Iglesia”, en relación a que en estos días, el Novio Cristo Jesús, fue Crucificado y muerto, para luego Resucitar. Motivo por el cual, se canta la oración: ““He aquí el Novio que llega a medianoche; bienaventurado, pues, el siervo que Él encontrare despierto, pero a quien no encuentre listo, será indigno. Entonces mira alma mía, que no te quedes dormida, ya que se cerrará la puerta del Reino y serás entregada a la muerte; sino que quédate alerta exclamando: Santo, Santo, Santo Eres Tú, oh Dios… ”. Entonces la Iglesia nos invita a recibirlo, como las 5 vírgenes sabias que se prepararon para recibir al Novio (San Mateo 25:1-12). Y si durante la Gran Cuaresma, no nos hemos preparado lo suficiente para recibirlo, podemos hacerlo en estos santos días.
Compartimos un escrito del Metropolita Siluan Muti, acerca de estos días:
Semana Santa – Oficio del Novio (Lunes, Martes y Miércoles Santos)
“A la media noche se oyó un grito : Ahí está el Novio, salid a Su encuentro” (Mateo 25, 6)
El oficio del Novio es el umbral para entrar en la Semana Santa. Es el oficio de los maitines, de los tres primeros días de esta semana, que se celebra, en la tarde que precede, el día en cuestión por razones pastorales, para que los fieles puedan participar del mismo.
El himno principal del oficio, resume el enfoque general en la atención y la vigilancia de estos días: “He aquí el Novio que llega a medianoche; bienaventurado, pues, el siervo que Él encontrare despierto, pero a quien no encontrare listo, será indigno. Entonces mira alma mía, no te quedes dormida, ya que se cerrará la puerta del Reino y serás entregada a la muerte; pero quédate alerta exclamando: Santo, Santo, Santo Eres Tú, oh Dios... ”. Este himno transcribe, en realidad, la parábola de las diez vírgenes, quienes tomaron sus lámparas para encontrar al Novio, pero, mientras que las cinco necias no tomaron consigo el aceite, las cinco prudentes, sí precavidas, lo tomaron. “Como el Novio tardaba, se adormilaron todas y se durmieron. A la media noche se oyó un grito: Ahí viene el Novio, salid a su encuentro... Las que estaban prontas entraron con El a las bodas y se cerró la puerta” (Mateo 25, 1-12).
Por la cuaresma, hemos ya preparado nuestra alma, revestida por las virtudes, para éste encuentro, para éstas bodas. Pero, en este último momento, todo se pone a prueba; hemos de velar, sino perderemos la oportunidad de nuestra vida, de recibir al Novio, a nuestro Señor. Lo encontraremos en la Última Cena, en la pasión salvadora y en la Resurrección Gloriosa. En éstos días nos uniremos a Él en la Santa Comunión.
He aquí, pues, el objetivo de velar: realizar la unión mística del alma con el Señor. La boda es la imagen bíblica por excelencia para expresarla. De ahí entendemos la insistencia en usar un vocabulario especial, como de Novio y de cama nupcial. Pero, ¿quién puede tener la certeza de que sea digno para participar de esta boda? En realidad, nadie. Por ello, otro himno refleja esta preocupación: “Estoy mirando a Tu cama nupcial decorada, oh Salvador mío, y no tengo una vestimenta apropiada para entrar allí; ilumina, pues, la vestimenta de mi alma y sálvame” (Exapostelario). El Evangelio nos advierte en caso de que descuidados, no nos presentemos de manera decente; la parábola del rey que preparó el banquete de la boda a su hijo lo ilustra: “Entrando el rey para ver a los que estaban allí sentados a la mesa, vio allí a un hombre que no llevaba traje de boda, y le dijo: Amigo ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?” (Mateo 22, 11-12). El alma humilde, en pleno conocimiento de su pobreza, pide al Señor que le arrope con una vestimenta apropiada para la boda. Es una disposición necesaria para entrar en el banquete del Reino Mesiánico.
Por otra parte, la Iglesia prevé una procesión del ícono del Novio, mientras se canta el himno principal del oficio. Es el ícono del Señor con “una corona de espinas” puesta sobre la cabeza, y vestido con un “manto de púrpura” (Juan19, 2), después de haber sido azotado. Al finalizar la procesión, se pone ante la puerta real del iconostasio para que los fieles puedan venerarlo. Es extraño elegir a un Novio en esta situación precisamente, ya que la Iglesia podría elegir un momento menos doloroso o traumático, pero no tan bello. Pero, a propósito, entendió que éste era el momento más bello de la vida del Señor, cuando mostró la plenitud de Su amor y de Su humildad para con nosotros. La Iglesia quiso que lo recordemos en el momento en que El, recibió de nosotros, toda nuestra indiferencia e ingratitud, toda nuestra burla y odio, toda nuestra ferocidad y debilidad, etc., todo el peso del pecado que yacía sobre la humanidad. Por ello, no tenemos vergüenza de mostrar a nuestro Novio en un estado como el de un desgraciado, porque es la prueba de Su amor infinito hacia nosotros. En efecto, es el momento más bello.
Ahora bien, el Señor viene para estar acompañando en el camino hacia la Crucifixión y la Resurrección. Nosotros, pues, exclamamos: “Hoy amanece al mundo la luz de la salvación; el juez invisible y manifiesto en la carne será matado por los hombres sin ley. En este día, amanece la luz de la pasión salvadora. Vayámonos, pues, a su encuentro, Oh enamorados de las fiestas, porque el Creador traerá Su Cruz y sufrirá para salvar al hombre”. Amén.
+Metropolita Siluan
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