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¿En verdad conocemos la gravedad de nuestras faltas?



“¡Padre, no puedo dejar de blasfemar!”, dijo una señora al confesarse, y el sacerdote, que la conocía bien, tomó el ícono de la Crucifixión del Señor y lo puso en la mesa, Después, le dio un alfiler a la mujer, y le dijo: “¡Clávalo en los ojos de Cristo!”. “¡Pero, padre…! ¡Yo sería incapaz de hacer algo así!”, respondió ella, asustada. Entonces, el sacerdote le dijo: “¡Pero si eso es lo que haces todos los días! ¡Cada uno de tus pecados es como un clavo insertado en el Cuerpo de Cristo!” (ver Hebreos 6, 6).

En verdad, cada vez que pecamos, es como si estuviéramos atravesando a nuestro Señor Jesucristo: “Los judíos desgarraron el Cuerpo de Cristo, sujetándolo con clavos a la Cruz, y hoy tú lo desgarras con tu vida de pecado, y con la impureza de tu lengua y tus pensamientos” (San Juan Crisóstomo)



(Traducido de: Arhimandritul Vasilios Bacoianis, Duhovnicul și spovedania, traducere de pr. Victor Manolache, Editura de Suflet, București, 2012, pp. 22-23)




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