Epístola de Navidad de Su Santidad Patriarca Porfirije - Navidad 2024-2025
La Iglesia Ortodoxa Serbia a sus hijos espirituales
en la Navidad, año 2024
+PORFIRIJE
Por la gracia de Dios
Arzobispo Ortodoxo de Pec, Metropolita de Belgrado-Karlovac y Patriarca serbio,
con todos los Jerarcas de la Iglesia Ortodoxa Serbia,
a los sacerdotes, monjes y todos los hijos e hijas de nuestra Santa Iglesia:
gracia, misericordia y paz de Dios Padre, de nuestro Señor Jesucristo
y del Espíritu Santo,
con la alegría del saludo de Navidad:
¡LA PAZ DE DIOS! – ¡CRISTO HA NACIDO!
Queridos hijos espirituales
Hoy, reunidos en la Divina Liturgia, celebramos el Nacimiento de Nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, Aquel que "por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió del cielo, se encarnó del Espíritu Santo y de la Virgen María y se hizo hombre". En la alegría espiritual celebramos el Evento que es tan grande que ha dividido la historia de la humanidad en dos partes. Este Evento, San Máximo el Confesor lo llama el objetivo de la acción creativa de Dios, – el Misterio de Cristo, la unión de Dios y la creación en la Persona del Hijo de Dios que se hizo hombre, – lo cual solo podemos entender si tenemos en cuenta que el mundo creado no puede existir eternamente sin la unidad con Dios Creador. ¿Por qué? Sobre todo porque, según las palabras de San Atanasio el Grande, la naturaleza de la creación conciste en que en algún momento ella no existía, es decir que ella es mortal. Para que la naturaleza creada supere la muerte y exista eternamente, debe estar en comunión con la misma Fuente de vida, con el Dios Trinitario, Uno por naturaleza, Eterno e Increado.
A esta comunión todos nosotros, los hombres, fuimos introducidos, una vez y para siempre, cuando, hace veinte siglos, por el beneplácito de Dios Padre y el concurso del Espíritu Santo, el Hijo de Dios Unigénito descendió a la historia humana, en el "valle de lágrimas", para que, en la más profunda humildad, se humanizara y naciera como un Niño, en la pequeña cueva de Belén. Al unir los cielos a la tierra, nos regaló una unión irrompible con Dios. El Dios incesante, inmortal y perfecto se humilla y se identifica con nosotros, con Su creación, y recibiendo lo que es incomparablemente menor que Él, nos otorga lo que es incomparablemente más sublime y perfecto que nosotros. La sobreabundantemente amorosa voluntad de Dios, considerando la eterna designación del hombre, quiso, por el beneplácito de la Santa Trinidad, que el mundo creado fuera sanado y salvado en el Dios-Hombre Cristo. ¡Oh profundidad de la riqueza y sabiduría de Dios! La eternidad ha abrazado lo transitorio, lo Increado se ha unido inseparablemente con lo creado, la Inmortalidad ha sanado lo mortal. En una palabra, Dios se hizo hombre para que el hombre fuera divinizado, para que se convirtiera en Dios-hombre por gracia.
Que cada uno de nosotros, hermanos y hermanas, hoy deje que su corazón se temple con la llama que calentó al recién nacido Niño-Dios, y convierta su hogar, con la alegría de la reunión familiar, en la cueva de Belén. Al mismo tiempo, nosotros, que celebramos en paz, no debemos olvidar a aquellos que sufren, que están de luto y pasan estos días de alegría desplazados de sus hogares, repitiendo así el destino del Niño Dios Cristo, ya desde su más temprana infancia, un refugiado que, junto a Su Santísima y Pura Madre y el justo San José, tuvo que huir a Egipto ante el tirano Herodes.
Ese mismo Niño Dios también hoy, no solo metafóricamente sino realmente, siendo portador de la plena naturaleza humana, comparte el exilio, el sufrimiento y el dolor de todos los que pasan por dificultades en el globo terráqueo. Vemos cómo en muchas partes del mundo las madres y los padres, con sus pequeños en brazos, huyen de los Herodes modernos, viviendo ya en el siglo XXI el destino de los niños de Belén de la época del Nacimiento de Cristo. En las tierras donde nació Cristo aún se escucha "llanto y lamento y gran lloro" (Mateo 2, 18). Allí, así como en los países vecinos, Siria y Líbano, el número de víctimas humanas se multiplica sin piedad, mientras que el número de niños asesinados, lo más terrible, ha superado con creces la cantidad de niños que perecieron a manos de Herodes. Con súplicas de oración a Dios para que otorgue paz a todo el mundo, también miramos al terrible conflicto entre hermanos de sangre y fe en Ucrania y Rusia, que, para gran pena de todos nosotros, ya entra en su cuarto año.
Oramos a Dios para que lleve a Su seno a los inocentes que sufrieron en el desplome de la marquesina en la estación de tren de Novi Sad. Miramos a nuestros corazones, y nos miramos unos a otros, suplicando al Señor que nos dé la fuerza para extraer constantemente de ese trágico evento, pero también de otros sucesos mencionados y no mencionados en el país y el mundo, la lección que nos recuerda que debemos ser hermanos entre nosotros, ser humanos, cristianos, sinceros y profundamente buenos.
Sentimos la necesidad paternal de enviar, en esta Navidad, nuestra voz conjunta principalmente a nuestros hijos espirituales en Kosovo y Metohija, pero también a todos aquellos a quienes llega el llamado de la Iglesia de San Sava. El pueblo serbio allí (en Kosovo y Metohija), en esta su tierra ancestral, es el pueblo más amenazado y más desprotegido en el continente europeo desde hace ya un cuarto de siglo. Expuesto a presiones, detenciones, apropiaciones violentas de administraciones municipales, cierre de servicios de salud locales, despojo de tierras y otras propiedades privadas, destrucción de cementerios y monumentos culturales, es constantemente intimidado y perseguido. A ustedes, hermanos y hermanas nuestros en Kosovo y Metohija, los miramos con amor, respeto y gratitud. Admiramos su fe, su valentía, su paciencia y su tolerancia. Así como creemos en las palabras del Señor que dice “bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”, también creemos que llegará el día en que para ustedes y para todo nuestro pueblo brillará el “Sol de la justicia, Cristo nuestro Dios” (tropario de Navidad), y que también ustedes se saciarán de su justicia.
La mayor bendición en el año que comienza nos trae la celebración del 850° aniversario del nacimiento de la figura más significativa en la historia de nuestro pueblo: San Sava. En esta ocasión, profundamente preocupados por los acontecimientos actuales en nuestro pueblo, queremos señalar dos hechos de su vida, orando para que, bajo el signo de la enseñanza que de ellos emana, transcurra el año que tenemos por delante.
Primero, con su partida hacia el Monte Athos, el joven Rastko, al igual que el joven de la parábola evangélica que le preguntó a Cristo la pregunta más radical: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?", confirmó el hecho de que la juventud tiene hambre y sed de eternidad, es decir: de plenitud, verdad, justicia, bondad, amor, belleza, en general, de sentido. Sin embargo, a diferencia del mencionado joven, San Sava siguió a Cristo de manera voluntaria y alegre. En su ejemplo, así como en el de muchos jóvenes a lo largo de la historia, vemos que no basta con tener el hambre y la sed de sentido bendecidas. Se necesita una transformación, una salida de uno mismo, una vida en virtud, una vida según el Evangelio de Cristo, según Su Palabra. Se requiere un esfuerzo de amor hacia Dios, pero también hacia cada persona como a su hermano eterno. Y ese amor se encuentra en escuchar, comprender, abrazar y aceptar al otro como a un prójimo; en el perdón, la compasión, la misericordia, el sacrificio, en cada virtud semejante a Cristo. Todas estas son obras de amor que hizo y manifestó San Sava, nuestro Iluminador y Maestro para siempre, al seguir a Cristo, transformado y santificado por la gracia del Espíritu Santo. Justo porque fue transformado e iluminado por Dios, como Santo de Dios, se convirtió en un modelo y ejemplo para todos, incluso para su propio padre. A la luz de su ejemplo, estamos llamados a escuchar la juventud con atención, a respetarla, cuidarla y fortalecerla en todo lo que es bueno y honorable. Al mismo tiempo, es nuestra obligación, además de cuidar a los jóvenes, con palabras y obras de amor, con toda nuestra vida, dar testimonio de que la plenitud que buscan se encuentra en Cristo Señor, que Cristo es el sentido de todo y que, si Cristo ocupa el primer lugar, todo vendrá a su lugar.
La segunda enseñanza para el año que tenemos por delante es la reconciliación de los hermanos enfrentados que llevó a cabo San Sava sobre las reliquias de su padre, el santo Simeón el Emanador de Miro, en el año 1207 en el monasterio de Studenica. No fueron suficientes solo su oración y su esfuerzo para la reconciliación, aunque sin ellos no habría sido posible. Era necesario que ambos hermanos se tendieran la mano, se abrazaran y se perdonaran mutuamente. Esa fue la única forma verdadera, evangélica, de lograr la paz entre los hermanos, en el Estado y en el Pueblo. San Sava, inspirado por el Evangelio de Cristo, nos mostró y nos dejó como legado el modelo de un proceder pacificador en la iglesia.
La iglesia no condena, no divide, no hace distinción entre los hermanos, sino que nos recuerda que todos somos necesarios unos para otros y llama a todos a la paz y a la comunidad del amor. No olvidemos que la multitud de desgracias, conflictos y guerras comienza con la deshumanización del prójimo, la aniquilación de la humanidad del ser humano. Por eso es de crucial importancia que todos, dejemos de usar un vocabulario en el que primero se llama extraño al otro, luego adversario, después enemigo y, al final, ser inhumano. Recordemos las consecuencias nefastas de tales actos en la historia de la humanidad, que, lamentablemente, son numerosas. ¡Recordemos nuestro pasado y las divisiones de las que hasta hoy no podemos recuperarnos! Seamos dignos herederos de San Sava, el pacificador, y de sus hermanos, y no herederos de Caín, el primer fratricida, quien le dirigió al mismo Señor Dios las más horrendas palabras: "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?" (Gén. 4, 9).
Así que, hermanos y hermanas, donde quiera que vivamos, superemos las brechas entre nosotros, escuchemos a los demás, respetemos las opiniones y puntos de vista de cada uno, especialmente cuando son diferentes de los nuestros. Abandonemos la agresión y la violencia como formas de resolver problemas y desacuerdos. A toda costa, construyamos puentes de entendimiento, amor y paz, aunque sabemos bien que los constructores de puentes a menudo son apedreados desde ambas orillas.
En la alegría de la Navidad, la única verdadera noticia bajo el Sol, cuando Dios se reconcilió para siempre con el hombre, abracemos a Cristo y a los demás, celebrando el himno navideño:
“¡Cristo Nace, glorificadle!
He aquí a Cristo desde los cielos - ¡salid a su encuentro!”
Queridos hijos espirituales, cristianos ortodoxos, hijos de la Iglesia Ortodoxa Serbia, en la patria y en la diáspora, nosotros, vuestros pastores espirituales, oramos para que el Niño Dios, Cristo, habite en los corazones de todos y que, teniendo paz con Él, nos reconciliemos y “seamos portadores de paz” entre nosotros, para que, en paz y amor, junto a los ángeles, con una sola voz y un solo corazón, nos regocijemos y cantemos:
“¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz,
entre los hombres buena voluntad!”
¡LA PAZ DE DIOS – CRISTO HA NACIDO!
Dado en el Patriarcado Serbio en Belgrado, en la Navidad del año 2024
Por vuestros orantes ante el Divino Niño Cristo:
Arzobispo de Pec, Metropolita de Belgrado-Karlovac
y Patriarca Serbio PORFIRIJE
junto con los demás Metropolitas y Obispos de la Iglesia Ortodoxa Serbia
Traducción de la Diócesis de Buenos Aires, Sur y Centro América de la Iglesia Ortodoxa Serbia