Epístola Pascual de Su Santidad Patriarca de Serbia Porfirije - 2025
- Iglesia Ortodoxa Serbia en Sur y Centro América
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La Iglesia Ortodoxa Serbia a sus hijos espirituales en la Pascua de 2025
+ PORFIRIJE
Por la gracia de Dios
Arzobispo Ortodoxo de Pec, Metropolita de Belgrado-Karlovac
y Patriarca serbio,
con todos los Jerarcas de la Iglesia Ortodoxa Serbia,
a los sacerdotes, monjes y todos los hijos e hijas de nuestra Santa Iglesia:
gracia, misericordia y paz de Dios Padre,
de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo,
con la alegría del saludo Pascual:
¡CRISTO RESUCITÓ!
La Resurrección de Cristo, queridos hijos espirituales, es el acontecimiento central en toda la historia del género humano y en la economía de nuestra salvación. Es el fundamento, la base y el objetivo tanto de nuestra fe en Dios como de nuestra salvación. Porque “si los muertos no resucitan… vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe”, dice el santo apóstol Pablo (cf. 1 Cor 15, 13-14). Todos sabemos que los discípulos del Señor huyeron y abandonaron a Cristo cuando fue crucificado y murió. Ellos, en efecto, esperaban a un Salvador inmortal, que también los libraría de la muerte. Las palabras de los apóstoles: “Nosotros esperábamos que Él era El que habría de redimir a Israel” (Lc 24, 21), lo confirman claramente. Sin embargo, Cristo murió y resucitó al tercer día. Después de la Resurrección de Cristo, cuando se apareció vivo a los apóstoles y a los que estaban con ellos, todos se reunieron nuevamente en torno a Él y testificaron que Él verdaderamente había muerto y resucitado, y que Él es verdaderamente el Salvador del mundo. Y confirmaron este testimonio ofreciendo sus vidas por Cristo.
La Resurrección de Cristo confirma el hecho de que el mayor problema del ser humano y de toda la creación es la muerte. La muerte es el último y mayor enemigo de la creación, dice el santo apóstol Pablo (1 Cor 15, 26). Todo ser humano, sea consciente de ello o no, así como toda la creación, llevan en sí la muerte y el temor a la muerte, pero también el anhelo de superarla y vivir eternamente. Eso se manifiesta de muchas formas: a través de la comida y la bebida, la reproducción natural, la adquisición de riquezas, la fundación de estados, el desarrollo de la ciencia y la técnica con la cual investigamos la naturaleza para hallar en ella un remedio contra la muerte, e incluso en la negación del otro a nuestro lado, hasta en guerras y asesinatos, luchando por más territorio y por independencia de los demás. Sin embargo, nada de esto puede salvar al hombre ni a la creación de la muerte. Al contrario, con todo esto, la muerte solo se multiplica. Y si la muerte tiene la última palabra en la historia, entonces todo carece de sentido. No obstante, Cristo resucitó y abrió a toda criatura el camino hacia la resurrección. ¿De qué manera puede cada ser humano y toda la naturaleza superar la muerte?
La creación solo puede superar la muerte y vivir eternamente en comunión con Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo. Toda la creación, incluido el ser humano, al haber sido creada de la nada, es mortal por naturaleza y no puede vencer la muerte ni existir por sí misma, fuera de la comunión con Dios. Por eso, Dios creó al hombre al final de la creación como Su imagen, para que, a través de él, toda la creación alcanzara la comunión con Dios y viviera eternamente. Esto nos lo mostró, ante todo, el mismo Cristo con Su vida. El Hijo de Dios se encarnó y se hizo hombre perfecto, igual a nosotros, excepto en el pecado. Cristo demostró con toda Su vida que estaba unido a Dios Padre y que Le era fiel, no solo como Su Hijo eterno, sino también como hombre. No quiso renunciar a Dios Padre por todos los bienes de este mundo (cf. Mt 4, 8-10). Cristo no quiso renunciar a Dios Padre ni a Su amor por Él, ni siquiera a costa del sufrimiento y de la muerte en la cruz, todo ello por amor a nosotros y a Su creación. Por supuesto, la muerte de Cristo fue voluntaria. Él voluntariamente se hizo hombre, asumió nuestra naturaleza mortal en Su Persona divina para liberarnos de la muerte, cumpliendo así la voluntad de Dios Padre. Porque Dios, al crear el mundo y al final al hombre como ser libre, quiso que la vida eterna de la creación fuera fruto de la comunión entre Él y el hombre, no solo por la voluntad de Dios, sino también por la voluntad y la libertad del hombre, es decir, de la creación. De lo contrario, si Dios nos hubiera hecho vivir eternamente por la fuerza, a nosotros y a la creación, nuestra existencia habría sido impuesta, y por tanto, no sería gozo sino tormento.
Dios Padre mostró un amor inmenso hacia Su Hijo Cristo también como hombre, y en Él hacia toda la creación, al resucitarlo de entre los muertos por medio del Espíritu Santo (cf. Hch 2, 24), y al hacerlo el Primogénito de entre los muertos. Esto significa que Dios Padre, en Cristo, también resucitará a todos nosotros y a toda la naturaleza al final de la historia y la librará de la muerte. ¿De qué manera puede el hombre alcanzar la comunión con Cristo Resucitado y así superar la muerte?
Según el testimonio de los evangelistas, durante cuarenta días después de Su Resurrección, Cristo Resucitado se encontró con Sus discípulos y seguidores (cf. Hch 1, 3) en la Liturgia, y lo hizo como Aquel que sirve (cf. Lc 24, 30-31). Cristo Resucitado se revela en la Liturgia. Después de Su Ascensión al cielo, nuestro Señor Jesucristo Resucitado sigue estando presente en la Liturgia hasta el día de hoy. Sin embargo, tras Su Ascensión, Él permanece presente aquí por el Espíritu Santo, pero ahora en otra forma, es decir, en la persona de quien celebra la Divina Liturgia —el obispo (o el sacerdote)—, quien es imagen de Cristo. San Ignacio el Teóforo lo confirma al decir: Donde está el obispo, allí esté también el pueblo, pues donde está Cristo, allí está también la Iglesia universal (A los Esmirniotas 8). Más exactamente, Cristo Resucitado está presente en la historia como comunidad litúrgica. Por eso, todo aquel que desea superar la muerte y vivir eternamente puede lograrlo haciéndose miembro de la Santa Liturgia mediante el Bautismo, por el Espíritu Santo. En la Liturgia, el ser humano realiza la comunión personal con Cristo, y en ella también realiza la comunión con el obispo y con todos los que son miembros de la Liturgia. Por eso, en cada Liturgia, queridos hijos espirituales, y especialmente en este día, celebramos el acontecimiento de la Resurrección de Cristo de entre los muertos y Su presencia entre nosotros, y anticipamos la resurrección universal y la victoria final sobre la muerte. Cuando Cristo vuelva con poder y gloria, reunirá a todos los pueblos a Su alrededor (cf. Mc 13, 26-27) en un solo lugar, y entonces será el juicio final al mundo y la realización del Reino de Dios, de lo cual la Santa Liturgia es imagen y manifestación aquí y ahora en la historia.
Dado que la Santa Liturgia es imagen del futuro Reino de Dios y de la existencia eterna y verdadera del hombre y de la naturaleza, los primeros cristianos organizaban su vida cotidiana basándose en la experiencia litúrgica. Su Padre era Dios Padre, y todos eran hermanos y hermanas entre sí. Todo lo que poseían, lo tenían en común. Se reunían con frecuencia en la Santa Liturgia, ofreciendo a Dios pan y vino, agradeciéndole así por la vida y la existencia, y esperando con anhelo la pronta segunda venida de Cristo con poder y gloria y la resurrección universal. Esta experiencia litúrgica ortodoxa de la futura comunión con Dios Padre en Cristo, y con todos los seres humanos y con toda la naturaleza por medio del Espíritu Santo, fue seguida por muchos a lo largo de la historia, después de los apóstoles y de los primeros seguidores de Cristo, dando lugar a una civilización basada en fundamentos litúrgicos, es decir, a una civilización cristiana, de la cual también nosotros, como pueblo, formamos parte y seguimos formando parte. A ese modo de vida litúrgico, queridos hijos espirituales, también nosotros hoy debemos aspirar y vivir conforme a él.
Sin embargo, el hombre de nuestra civilización contemporánea ha fundamentado su vida en sí mismo, sin Cristo y sin el prójimo. Nuestra civilización moderna ha definido al hombre como un individuo pensante que se acerca a la vida desde la lógica, determinando a partir de ella incluso la existencia misma; por eso, para el hombre moderno, nada de lo que no encaja en la lógica humana existe, o en el mejor de los casos, es dudoso e inútil. Por ello, el hombre moderno se ha vuelto ateo, porque Dios y Su existencia no pueden ser comprendidos por la lógica humana.
El hombre de la civilización contemporánea, al entenderse a sí mismo como individuo, no necesita al prójimo ni la comunión con él para existir, sino que, por medio de su mente y de las capacidades racionales, se determina a sí mismo como persona existente con base en la autoconciencia, es decir, en el pensamiento sobre sí mismo. La famosa frase del filósofo “Pienso, luego existo” lo confirma. Incluso cuando el hombre moderno establece comunión con el prójimo, no lo hace mediante un contacto personal y físico, como lo muestra la Liturgia, sino a través de internet y de las redes sociales. El hombre moderno ve en el otro —y, por ende, también en Dios como Otro— a un enemigo que limita su libertad y amenaza su ser. De ahí que el hombre de la civilización contemporánea haya comenzado a crear estados monoétnicos y a separarse de los demás, considerando a los otros como indeseables y enemigos. Esta concepción de la existencia ha dado lugar a catástrofes sin precedentes y ha provocado dos guerras mundiales con sufrimientos enormes. Y esto continúa hasta nuestros días, como todos lo estamos presenciando.
Un ejemplo de ello es el sufrimiento de nuestro pueblo en Kosovo y Metojía por parte de las autoridades albanesas locales, que expulsan a los serbios de sus hogares ancestrales, y a los que permanecen, los maltratan a diario, con el objetivo de crear su propio estado en territorio serbio, santificado por mártires y ascetas, así como por numerosas iglesias y monasterios ortodoxos serbios. Sin embargo, sería mucho mejor para todos los que viven en esta región, y también para todos los pueblos del mundo, que vivieran en paz unos con otros, respetándose y ayudándose mutuamente en la vida cotidiana. Porque el reino terrenal dura poco.
Nosotros, como pueblo de Dios en la Iglesia, queridos hermanos y hermanas, debemos oponernos a esta forma de vida individualista, viviendo según el ejemplo de los apóstoles, de los ascetas, de los mártires, es decir, según el modelo del modo litúrgico de existencia de la Iglesia. Esto, por supuesto, no significa un llamado a volver al pasado ni a copiarlo. La Eucaristía, como imagen del futuro Reino de Dios, es una fuente inagotable e inspiración para creaciones siempre nuevas en todos los ámbitos de la vida: comenzando por nuestra vida cotidiana, la familia, la sociedad, y llegando hasta la ciencia y el arte.
En la comunión de libertad con Cristo y con el prójimo, tal como lo muestra la Liturgia, el ser humano anticipa su existencia verdadera. Solo en la comunión de libertad y amor con el otro ser humano y con Dios, la persona se convierte en una personalidad absoluta e irrepetible. En esa comunidad de amor con los demás, también la naturaleza y todo lo que nos rodea se nos vuelve querido y precioso. La Liturgia nos muestra además que la naturaleza, que ofrecemos en forma de pan y vino, nos es dada por Dios para que vivamos de ella, pero también para que la cuidemos y la ofrezcamos a Dios, porque también ella fue creada por Dios para existir eternamente. Si la naturaleza deja de existir —y hoy la hemos llevado al borde del colapso, explotándola para nuestro disfrute individual— también nosotros dejaremos de existir, porque somos parte de ella.
Con profundo dolor, al experimentar la tragedia de los sufrimientos de la guerra en todo el mundo, y plenamente conscientes del peligro de los conflictos y graves desacuerdos que también han alcanzado nuestro país y nuestras regiones, como Iglesia no podemos transmitir otro mensaje que este: el modo de vida litúrgico es la única respuesta esencial a estos problemas. Esto vale para todos, incluso para nosotros, los miembros de la Iglesia, pues nadie está sin pecado. Este modo de vida nos traerá la victoria sobre la muerte y la vida eterna, pero también una sociedad mejor y más justa. No obstante, este modo de vida exige también disposición al sacrificio, porque el mundo todavía yace en el mal, el cual estará presente y activo hasta que Cristo vuelva, elimine el mal y la muerte y establezca el Reino de Dios.
Nosotros, los seres humanos, antes de la segunda y gloriosa venida de Cristo, por nuestras propias fuerzas nunca crearemos una sociedad perfecta, es decir, un paraíso en la tierra. Por eso, hacemos un llamado enérgico a todos los actores de la vida social para que, por el bien y el progreso del pueblo, construyan la paz, el respeto mutuo y el diálogo.
Al traducir la experiencia eclesial y litúrgica a la vida cotidiana, no debemos olvidar la Santa Liturgia como acontecimiento ni nuestra participación en ella. Vivir de forma ascética y cristiana sin participar en la Santa Liturgia no es suficiente para superar la muerte y vivir eternamente. En la Liturgia nos encontramos con el mismo Cristo Resucitado (cf. Lc 24, 30-31) y nos unimos a Él, y a todos los que se han unido con Él, así como con toda la naturaleza creada, por medio de la Santa Comunión. De ese modo anticipamos el futuro Reino de Dios, la resurrección universal y la victoria sobre la muerte.
Al mismo tiempo, celebrando la Liturgia y viviendo con el ethos litúrgico, nosotros, queridos hermanos y hermanas, transmitiremos de la mejor manera posible al mundo en el que vivimos la fe en Cristo Resucitado y en la resurrección universal como victoria de la vida sobre la muerte. Esa será nuestra predicación sobre la Resurrección y la vida eterna que Cristo nos ha legado, no solo con palabras, sino también a través de nuestro modo de vida, hasta que Él venga de nuevo con poder y gloria y establezca el Reino de Dios.
Por eso, celebrando hoy con especial alegría la Santa Liturgia, con todo nuestro pueblo, y especialmente con nuestros hermanos y hermanas en Kosovo y Metojía, damos gracias al único Dios en la Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— por todo lo que ha hecho y hará por nosotros y por nuestra vida eterna, y nos saludamos unos a otros, y saludamos a todos los hombres de buena voluntad con el gozoso saludo:
¡Cristo resucitó! ¡En verdad resucitó!
Dado en el Patriarcado Serbio en Belgrado, en la Pascua del año 2025
Vuestros orantes ante el Señor Resucitado:
Arzobispo de Pec, Metropolita de Belgrado-Karlovac
y Patriarca Serbio PORFIRIJE
Junto con los demás Obispos de la Iglesia Ortodoxa Serbia
Traducción de la Diócesis de Buenos Aires, Sur y Centro América
de la Iglesia Ortodoxa Serbia
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