Epístola Pascual de Su Santidad Porfirije, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Serbia - Pascua 2024
La Iglesia Ortodoxa Serbia a sus hijos espirituales en la Pascua de 2024
+ PORFIRIJE
Por la gracia de Dios
Arzobispo Ortodoxo de Pec, Metropolita de Belgrado-Karlovac y Patriarca serbio,
con todos los Jerarcas de la Iglesia Ortodoxa Serbia,
a los sacerdotes, monjes y todos los hijos e hijas de nuestra Santa Iglesia:
gracia, misericordia y paz de Dios Padre, de nuestro Señor Jesucristo
y del Espíritu Santo,
con la alegría del saludo Pascual:
¡CRISTO RESUCITÓ!
“Cuando descendiste a la muerte, oh Vida Inmortal,
diste muerte al hades con el brillo de tu Divinidad.
Y cuando de las entrañas de la tierra levantaste a los muertos,
todas las Potestades Celestiales exclamaron,
oh Dador de vida, Cristo, nuestro Dios, gloria a Ti.”
Al pronunciar con audacia y firmeza las palabras de este himno divinamente inspirado, ¡unámonos a los santos antepasados, patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, venerables, justos, confesores y maestros de la fe, así como a todos los coros de ángeles que hoy celebran en el cielo la santa y vivificante Resurrección del Señor! Apresurémonos con las mujeres portadoras de mirra al sepulcro vacío de Cristo, para que también nosotros podamos oir, llenos de gozo eterno, las palabras del ángel:
"El tiempo de llorar se detuvo; no lloréis
¡Mas bien anunciad la Resurrección a los apóstoles!".
En efecto, las lágrimas han desaparecido de los rostros de los que estaban bajo el poder de la muerte, la esperanza de todos los creyentes se ha cumplido y el corazón de los que lloraban ha sido consolado. "¡Que se alegre el cielo y que se regocije la tierra! ¡Cristo ha resucitado y la vida reina!" - las palabras de la anunciación de San Juan Crisóstomo, el gran predicador de la Iglesia de Cristo Resucitado, resuenan en el cielo y en la tierra por los siglos de los siglos.
Queridos hijos espirituales, todos los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento señalan la verdad, la verdad sobre la Resurrección. El salmista David, divinamente inspirado, profetizó sobre el sufrimiento y la resurrección de Cristo con estas palabras:
"Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, volviste a darme la vida, y de nuevo me has sacado de los abismos de la tierra" (Sal. 70, 20).
El gran profeta del Antiguo Testamento, Isaías, a quien los Padres de la Iglesia y portadores de Dios, llaman con razón el Evangelista del Antiguo Testamento, ve claramente de antemano el sufrimiento y la resurrección de Cristo y escribe: "Él, en verdad, ha tomado sobre sí nuestras dolencias, ha cargado con nuestros dolores, y nosotros le reputamos como castigado, como herido por Dios y humillado. Fue traspasado por nuestros pecados, quebrantado por nuestras culpas; el castigo, causa de nuestra paz, cayó sobre él, y a través de sus llagas hemos sido curados. [...] y fue contado entre los facinerosos. Porque tomó sobre sí los pecados de muchos e intercedió por los transgresores" (Is. 53, 4 - 5 y 12).
Junto al gran Isaías, de manera misteriosa y asombrosa, también nosotros nos convertimos en testigos de todo esto que ha sucedido por nuestro bien. Y no sólo somos testigos, sino también partícipes de este milagroso misterio, celebrando hoy la Fiesta de las Fiestas. Por eso en este día grande y luminoso nos regocijamos en la Verdad, nos regocijamos porque la muerte fue vencida en el encuentro con el Dios Vivo y Encarnado. Después de todo, no es extraño que en nuestras tierras la gente a menudo llame a la Pascua con la expresión “Día Grande”, y en Grecia “Lambri”, que significa “Día Brillante”. Todo lo que hacemos por el bien, cada esfuerzo, sacrificio, cada ofrenda, cada lágrima y cada dolor sufrido, cobró sentido en la eternidad mediante el triunfo de la vida sobre la muerte con la Resurrección del Señor. Sin embargo, incluso en estas alegres fiestas, somos testigos del llanto inconsolable de las madres por los niños heridos, de los niños por los padres, hermanos y hermanas heridos, de las mujeres por los maridos perdidos, y ese llanto desgarra el pecho de los miembros de muchas naciones, incluida la nuestra, resonando alrededor de nosotros el pueblo serbio. La violencia también se comete fuera de las guerras, porque en la época en que vivimos, incluso la ausencia de guerra -y la guerra, lamentablemente, siempre está ahí- no es garantía de una paz verdadera. Los crímenes y la violencia se han convertido en parte de la vida cotidiana. Las mujeres, a quienes el Señor concedió el honor de ser las primeras anunciadoras de su resurrección, son con mayor frecuencia víctimas de la violencia. Por el sufrimiento de las mujeres, también sufren familias enteras. Los niños, para pesar y vergüenza de un mundo que hipócritamente se jacta de la "democracia" y los "derechos humanos", son víctimas de crímenes tanto en la guerra como en la paz. Además de todo eso, las personas somos cada vez más apáticas, egoístas e indiferentes ante la situación de los demás, ante el sufrimiento de nuestro prójimo, por lo que con razón podemos preguntarnos: ¿no ha ocurrido ya la abominación desoladora de la que habló el santo profeta Daniel? En otras palabras, ¿acaso no estamos ahora viviendo en un mundo, ya no llamado post-cristiano, sino incluso anti-cristiano, un mundo sin fe, moral ni principios?
El hombre de hoy clama: Señor, ¿por qué nos has abandonado? Pero, al mismo hombre hoy, Dios podría replicarle con la pregunta: Hombre, ¿por qué has abandonado al otro hombre? ¿Dónde está tu vecino? Por tanto, ¿dónde estoy para tí Yo, el Creador, el Salvador y el único Amigo y Benefactor eterno y verdadero?
El Hijo de Dios encarnado, el Señor Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor, que sufrió por muchos, por todos, incluidos los que lo odian, continúa sufriendo por nosotros en todos nuestros sufrimientos. En nuestro camino en el que llevamos la cruz, nosotros, el pueblo serbio, cargando nuestra propia cruz, también llevamos la Cruz de Cristo. La llevamos con nosotros en la Primera Guerra Mundial, cuando, en relación con el número de nuestros compatriotas, éramos los que más sufríamos en el mundo. Nuestra cruzada continuó en la Segunda Guerra Mundial, cuando, en el infame y vergonzoso Estado Independiente de Croacia, se construyeron campos de concentración incluso para nuestros niños, donde los niños murieron de hambre, frío, enfermedades y abusos. Sólo en nuestro país, en la Serbia ocupada, compañías de estudiantes murieron en un sólo día bajo las balas de ametralladora de los nazis alemanes después del horario escolar. Sufrimos en cada aldea, pueblo, ciudad. La verdad de ese sufrimiento no tuvo que ser confirmada por resoluciones amorales impuestas: fueron testimoniadas por el sufrimiento mismo, sin falsos testigos en forma de descendientes directos y seguidores indirectos de los perpetradores del genocidio real.
Como pastores del rebaño racional de Cristo, lamentablemente recordamos a todos el hecho de que el mundo en el que vivimos ha olvidado el genocidio del pueblo serbio del siglo XX, así como los de los siglos que lo precedieron. Cualquier colina en los lugares donde viven los serbios es una especie de Gólgota.
Nos consuela y nos tranquiliza el hecho de pertenecer a una nación que en los años de paz, que vinieron después de los tiempos terribles de la muerte, siguió el Evangelio de Cristo Resucitado sobre el cual fue fundada, perdonó a sus deudores y con miembros de otras naciones desea y trata de construir un futuro mejor y común. Por eso hoy alzamos con fuerza nuestra voz y señalamos la absoluta falsedad al intento de revisionismo histórico sin precedentes, en el que se pretende, mediante una simple inversión, declarar al pueblo serbio, el cual fue víctima de múltiples genocidios y limpieza étnica, como autor de genocidio. No minimizamos la magnitud de los crímenes en Srebrenica, pero, como serbios ortodoxos, no guardamos silencio sobre los crímenes contra el pueblo serbio en las cercanías de Srebrenica. Lamentablemente, los proponentes de las resoluciones no prestan atención a los crímenes cometidos en las aldeas serbias donde familias enteras fueron oprimidas y que ocurrieron continuamente entre 1992 y 1995. Según ellos, existe un justificativo exclusivo al sacrificio y al dolor debido a ello. En nuestra opinión, todas las víctimas inocentes son víctimas inocentes, ya sean musulmanas, croatas o serbias. De esto "sabiamente" guardan silencio los revisionistas modernos y enemigos de la verdad histórica, quienes, al imponer un justificativo exclusivo al dolor y al sacrificio, dejan a todos nosotros quienes vivimos en estas zonas, una piedra de obstáculo para el futuro.
La naturaleza de un ser creado contiene su conexión con el mundo, con la naturaleza, es decir, con la tierra en la que vive, que es su cuna, hogar y lugar de sepultura. Kosovo y Metohija son a la vez nuestra cuna y nuestro hogar. En Kosovo y Metohija, en la antigua Serbia, están nuestros vivos y nuestros difuntos. No hay muertos. Somos la Iglesia de los vivos. Somos un pueblo cristiano, el pueblo del Calvario y de la Resurrección. Somos un pueblo de identidad cristiana expresada a través de santuarios, los cuales constituyen la corona de templos más densa del mundo, la corona que tejimos en Kosovo y Metohija. ¡Y es una verdad que está sobre la montaña! Aquí es donde nuestro pasado, presente y futuro se entrelazan. Porque para nosotros esta tierra santa y bautizada no es un territorio cualquiera, sino la tierra santísima de la que nuestro "campo de huesos secos" despertará y resucitará. Siempre debemos orar y estar con nuestros hermanos y hermanas que sufren en Kosovo y Metohija, que son una expresión viva de esperanza, amor, perseverancia y búsqueda en Cristo Señor Crucificado y Resucitado; debemos estar con aquellos que son blanco de la violencia simplemente porque son cristianos ortodoxos, cristianos serbios, los cuales están solos. Viven en la llamada paz, en una "paz" en la que no hay libertad, en una "paz" en la que sólo hay miedo e injusticia. Nuevamente, como muchas veces antes, nos enfrentamos a adversidades y presiones, pero las palabras del santo profeta Nahum están siempre en nuestra mente: "Aunque reposo tengan, y sean tantos, aun así serán talados, y pasará” (Nahúm 1, 12).
Nuestro Señor Jesucristo, que se ofreció a sí mismo en sacrificio, una vez para siempre, por la vida del mundo, para llevar los pecados de muchos, nuestro Emmanuel, que significa Dios está con nosotros, nunca nos ha olvidado ni abandonado hasta ahora. En estos días santos, nos dirigimos a Él con oración de rodillas, para que proteja, salve, perdone y preserve a nuestra raza ortodoxa de todas las plagas, injusticias y violencias. En ese encuentro de oración con Él, el Dios Vivo, el Resucitado, creemos y sabemos que cada tragedia se convierte en un espacio de esperanza y sentido; mientras que sin Él, la desesperanza y el sinsentido reinan en todas partes, sin importar la ropa que se vista. Esto representa uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo, contra el cual los cristianos, como satélites del del Encarnado Sentido y Verbo, debemos permanecer firmes e inquebrantables, testificando que existe un Camino, una Verdad y una Vida reales, contra los falsos.
Por eso, os invitamos, queridos hijos espirituales, a nutrir incansablemente, lo que significa aquello que expresamos con oración y diligencia, la legítima y natural necesidad de la unidad nacional. Esta unidad nacional la logramos bajo el omophorion de San Sava, en la Iglesia de Cristo, Dios Viviente, cuya Crucifixión y Resurrección el pueblo ortodoxo serbio vive e iconiza en su peregrinaje a través de la historia. La Santa Iglesia de Cristo es el hogar fundamental de cada una de nuestras residencias terrenas y no conoce fronteras. ¿Quién puede determinar los límites de la Resurrección y de la Vida en las que se basa nuestra Iglesia? Esta es la palabra de Cristo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás" (Jn. 11, 25-26). Por lo tanto, asegurémonos de sumergirnos con gracia y adoración en el Misterio de la Cruz y la Resurrección de Cristo, que nos amemos unos a otros como Cristo nos ama. "Y cuando lo corruptible se vista de incorruptibilidad, y lo mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La victoria devora a la muerte (I Cor. 15, 54), y el Señor enjugará toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra" (Is. 25, 8).
¡Cristo resucitó! ¡En verdad resucitó!
Dado en el Patriarcado Serbio en Belgrado, en la Pascua del año 2024
Vuestros orantes ante el Señor Resucitado:
Arzobispo de Pec, Metropolita de Belgrado-Karlovac
y Patriarca Serbio PORFIRIJE
Junto con los demás Obispos de la Iglesia Ortodoxa Serbia
Traducción de la Diócesis de Buenos Aires, Sur y Centro América de la Iglesia Ortodoxa Serbia
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